CORIA

DESCRIPCIÓN GENERAL :  
    
Coria: mun. de España (prov. de Cáceres), al Norte de la cap. de la provincia, a 263 m. de altitud. Los ciudadanos de Coria reciben la denominacion de corianos o caurienses,
En esta ciudad predomina la agricultura de regadio (algodón, tabaco y hortalizas), y trigo, cebada, maiz, avena y olivos. También tiene gran importancia la ganaderia (de cerdo, vacuno, lanar y cabria).
Capital de los antiguos Vettones, fue llamada caurium por los romanos. Sus murallas son originariamente romanas, con reconstrucciones medievales; el castillo es del s.XV. La Catedral fue reconstruida en el s.XVI por Pedro de Ibarra; su portada lateral es gótico-renacentista, la principal de estilo plateresco. En el interior tiene una nave de bóveda de crucería; la sillería del coro con tallas góticas (1489); retablo mayor barroco del s. XVIII y sepulcros de los s. XV y XVI.
MURALLAS ROMANAS
Es uno de los elementos más significativos de la ciudad que en gran medida ha venido condicionado el desarrollo urbano. La obra es fundamentalmente romana, aunque en alguna de sus partes puede observarse las transformaciones posteriores de los siglos XV y XVI.
 
Su datación viene situándose en época no anterior al Bajo Imperio, concretamente entre finales del siglo III y comienzos del IV, no lejana a la ápoca del Emperador Aureliano.
El material utilizado en su construcción es el granito, cortado en bloques sillares en las partes bajas. Manposteria y pizarras en las zonas altas. El recinto amurallado viene a describir la figura de un polígono irregular adaptado a la topografía del terreno, siendo su perímetro aproximado de unos mil metros.               
  
Entre tramos de irregular distancia se distribuyen más de 20 torres cuadradas de distinta envergadura. El recinto posee cuatro puertas, dos de ellas, Guia y San Pedro, conservan con nitidez la traza y estructuras romanas; San Francisco y Sol son de factura posterior, concretamente del siglo XVI.

  

Situación

El castillo de Coria, de típica fisonomía cristiano-medieval, se levanta al sureste de la localidad de homónima, como baluarte o puesto avanzado de la fortificación de la ciudad, en la provincia de Cáceres.

Historia

El castillo de Coria puede datar del siglo XV o incluso del XVI, y tal vez lo mandó construir el conde de Coria don Gutiérrez de Solís, Gran Maestre de Alcántara, título que recibió de Enrique IV.

Coria y su castillo siguieron la corriente de las Comunidades de Castilla y, cuando se inició la Guerra de la Independencia portuguesa, fue sitiada por el ejército lusitano, aunque sin resultado positivo.

Durante la Guerra de Sucesión española, motivada por la falta de sucesión al trono a la muerte de Carlos II y en la que una parte defendía los derechos del Archiduque de Austria y la otra los de Felipe de Anjou, rey después con el nombre de Felipe V, Coria fue ocupada por el General portugués, Marqués de las Minas, y en el verano de 1809 el Mariscal francés Soult, Duque de Dalmacia, se apoderó de la ciudad en donde permaneció más de dos meses.

El señorío de la ciudad estuvo a cargo de los Duques de Alba hasta finales del siglo XIX.

Descripción y características

El castillo, que completa las defensas de la ciudad de Coria, adopta la forma de un pentágono irregular, y contaba con cinco pisos y una gran terraza que lo hacía inexpugnable.

El castillo se asemeja en su forma al de Tajamar de Puente. Su planta pentagonal puede reducirse a un cuadrado con la afición de uno de los lados de un triángulo cuyos vértices sobresale del recinto de murallas. Uno de sus ángulos rectos está achaflanado para dar cabida a la escalera interior. La fábrica es de sillería y en cada uno de sus cinco lienzos, al comedio, en la parte alta, sobresale una garita o torrecilla semicilíndrica y por ella y los lienzos corre una cornisa de arquillos sobre canes, con bolas en ellos.

El almenaje está renovado y junto a la escalera hay una puerta antigua cegada. En su alrededor hay un tambor almenado y en lo alto está coronado de esbeltos garitones sobresaliendo el conjunto sobre las restantes fortificaciones.

Hoy día tiene otra entrada, que da a una cámara baja que comunica con otra medio destruida y por una escalera a una cámara alta o salón principal cubierto con sólida bóveda gótica de crucería, que conserva una chimenea grande y mechinales para galería corrida que se conserva mal y desde la que se sube a la terraza.

Estado de conservación

El castillo de Coria es uno de los pocos que se conservan en bastante buen estado, pero, aunque la obra es resistente, está ya muy deteriorada por el abandono.

Visitas

El acceso al exterior es libre.

Protección

Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.

Fortificaciones próximas

  • Muralla urbana de Coria
En Coria también puede verse la antigua muralla urbana.



Situación

La muralla urbana de Coria se encuentra en la localidad del mismo nombre, provincia de Cáceres.

Historia

La muralla urbana de Coria es de origen romano, fue construida en el siglo I y reformada posteriormente.

Estado de conservación

Se encuentra parcialmente en ruinas, aunque restaurada en gran parte.

Propiedad y uso

Es propiedad del Ayuntamiento de Coria, y se destina a uso turístico.

Visitas

Es de acceso libre.

Protección

Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.
                  

 

 

Coria es una ciudad bimilenaria: el primer indicio de asentamiento que se conoce de esta ciudad es Caura, la entonces capital vettona.

Tras la conquista romana de España, Caura pasa a llamarse Caurium y es un núcleo muy importante dentro de la provincia de Lusitania, que ocupaba la actual Extremadura y el sur de Portugal; y, de hecho, Coria posee en la actualidad una de las murallas romanas mejores conservadas de Europa.

Se cree que en el año 338 d. C. el Papa San Silvestre I funda la diócesis de Coria, pero no queda demostrado hasta que la firma del obispo Jaquintus aparece implícita en las actas del III Concilio de Toledo en el año 589, ya en época de los Visigodos.

A partir del año 758 pasa Coria a formar parte de territorio musulmán con el nombre de Medina Cauria y, pese a los intentos de reconquista de los cristianos, Coria estará bajo dominio musulmán (su nombre en esta época es Qurija) hasta 1142, con la conquista del rey Alfonso VII.

A finales del siglo XIV, se comienza a construir la Catedral, que tardará en finalizarse tres siglos, mezclando así varios estilos artísticos.

En el S. XV, Enrique IV la hizo cabecera de condado, concediéndola a Don Gutiérrez de Cáceres y Solís, quien en unión de su hermano Don Gómez, la empeñó por cierta cantidad de dinero al Duque de Alba, quien en 1470 se la apropia con el título de marquesado. En esta época se añaden las puertas de San Francisco y la Nueva y se construye el Castillo.

En la actualidad, Coria ha perdido la "grandeza" de siglos anteriores, pero, pese a eso, es la cuarta ciudad en orden de importancia a nivel provincial y su patrimonio histórico es importante.

CORIA La Ciudad



Yacimientos achelenses como los de Rincón del Obispo y Sartalejo, nos hablan claramente de los homínidos que hace unos trescientos mil años hallaron asiento en las tierras de Coria, probablemente atraídos por el río Alagón y su rica vega.

Del neolítico hay claros indicios: cerca de Coria se han encontrado restos de un poblado que, seguramente, supera los cinco mil años de antigüedad. La llegada de los pueblos indoeuropeos originaría la construcción de la primera "Caura", una ciudad fortificada con estacas y otros materiales que permitían cerrarla a conveniencia de sus moradores, fundamentalmente agricultores y ganaderos. En el año 700 a.C., "Caura", estaba habitada por los vetones que habían convertido la ciudad en un Castro fortificado y protegido por un foso en su parte norte. Su más que probable emplazamiento, coincidiría con el solar que hoy ocupa la catedral.

Según un documento del consistorio cauriense "Caura" fue tomada por las tropas sin que volviese a alcanzar protagonismo en la Historia: las conquistas romanas se toparían con la fortificación cauriense y con la figura del caudillo lusitano, Viriato, que defendió la ciudad hasta perecer y ser enterrado según la leyenda en sus ruinas.

Con la refundación romana pasó a llamarse "Caurium" y bajo el dominio de Roma se construyó el Puente que daba paso a la Calzada Dalmacia, se realizó una importante remodelación urbanística y se levantó la muralla (s. III-IV) ante el temor de las invasiones bárbaras. La llegada de los pueblos germánicos pone a Coria bajo el dominio de los suevos y aunque, posiblemente, desde al año 335 fuera sede episcopal, no existe certeza de ello hasta el 589 en que su conquistador, Leovigildo, fiema las actas del Concilio de Toledo en el que se decide la conversión de los visigodos al catolicismo.

En el año 750, ya bajo dominación musulmana, surge en Coria el primer núcleo mozárabe de la Península. En el s. IX, Quriya, es capital del walifato independiente del Rey Zeth-ibn-Casin.

Su reconquista, por parte de lso cristianos, se inició en 861 por Ordoño I y tras pasar nuevamente por manos árabes y cristianas, fue reconquistada definitivamente por Alfonso VII, que la asimiló al reino de León. Desde 1210 goza del Fuero de Coria, una carta de derechos que regula la vida cotidiana y las relaciones entre vecinos, al mismo tiempo que limita el poder nobiliario. Coria es el corazón de la comarca nortecacereña del Alagón y se ha convertido en el centro de afluencia de sus comarcas limítrofes: Sierra de Gata y Hurdes.



Patrona de la Diócesis de Coria



“Narra la leyenda mariana que hacia los albores del S. XIII (1200 d.C.), tras la cruzada cristiana llevada a cabo por estas tierras contra los invasores islámicos, un labriego de origen musulmán labraba las heredades de un cristiano viejo próximas al altozano que preside el mirador del río, con el objeto de convertir a estos campos en fértiles tierras de labor.



Más, cual no sería su sorpresa cuando cierto día la yunta de bueyes que tiraban del arado se paró de repente ante el atrancamiento del mismo con un pétreo obstáculo al que el labrador no dio la mayor importancia, insistiendo a sus bueyes en reanudar la marcha mientras haciendo sonar la aijada, gritaba al predilecto de sus bóvidos: ¡Ara, Geme, ara! ¡Ara, Geme!.

Sin embargo, todo esfuerzo resultó inútil, por lo que el avezado yuntero procedió sin más, a retirar la losa en la que había quedado atrapada la reja, descubriendo, con sorpresa y admiración, una pequeña talla de la Virgen María que, en otro tiempo, habría sido depositada cuidadosamente sobre dicha fosa.

Sin pensarlo dos veces, el hombre recogió lo que creyó ser una pequeña muñeca y la introdujo en unas alforjas que depositó entre sus pertenencias y aperos, volviendo de nuevo a su trabajo.



A la puesta de sol, tras una larga y dura jornada de trabajo, después de recoger todas las herramientas y enseres, el labriego marchó a su morada contento de portar un regalo para algunas de sus hijas. Pero cual no sería su sorpresa al comprobar que éste, había desaparecido posiblemente perdido por el camino en el regreso.

A la mañana siguiente, dispuesto a reanudar las tareas de laboreo comprobó, perplejo, la singularidad prodigiosa de observar que la muñequita se encontraba nuevamente en su antiguo depósito.

Sin poder dar explicación alguna ante lo sucedido, prosiguió la jornada de trabajo repitiendo, al atardecer, los mismos pasos y acciones del día anterior. Mas, los hechos, también se repitieron al volver a casa.



Al amanecer, inquieto por lo que podía ser un acto de brujería, volvió al mismo lugar y, tembloroso, la encontró depositada en el mismo hoyo del primer día.

Como rayo que lleva el viento, corrió apresuradamente a la ciudad para dar cuenta a su amo de tan singular hecho; acción que repetiría éste último anunciándolo a las autoridades pertinentes, quienes, ante su asombro, comprobaron la veracidad de los mismos, atestiguando, atónitos, que se encontraban ante un suceso sobrenatural o milagroso.

El revuelo y difusión de tan milagroso hallazgo tuvo como consecuencia inmediata la construcción de una modesta ermita sobre el lugar de los hechos; colocando un altar sobre la oquedad en la que adujeron, se manifestó la Santísima Virgen.

Pronto el lugar se convertiría en lugar de culto y peregrinación de devoción mariana; bautizando los lugareños a su aclamada Virgen, con el nombre del recordado buey: ¡La Virgen de Ara-Geme!; advocación que más tarde, por simplificación de la fonética, pasaría a denominarse como Virgen de Argeme; coronándose canónicamente, el 20 de mayo de 1955.

Así, en Honor a la Patrona de la Ciudad se celebra cada año, el lunes siguiente al segundo domingo de mayo, una solemne Misa y Romería en las inmediaciones del Santuario; y en la que los allí congregados, pasan un festivo día de campo bajo las sombras de las centenarias encinas y arboledas que pueblan estos parajes”.

LOS ORÍGENES DE LA FIESTA DE SAN JUAN.

Mitos y Leyendas.

La leyenda y el mito definen el argumento base para enraizar los orígenes de los “Sanjuanes”. Nacimiento que algunos encuadran dentro de la cultura vettona, etnia de estirpe celta que basó su economía en la explotación ganadera; hecho que propició el que le rindieran culto al toro como animal sagrado, conjugando la magia y el mito con el sacrificio y el fuego. Rituales, todos ellos, coincidentes con el fenómeno estacional de la entrada del solsticio de verano, fecha mítica venerada en la cultura del pueblo celta, primeros pobladores de estas tierras y, por ende, fundadores de la primitiva Caura.

Prolifera, de igual modo, el relato que narra la costumbre entre los vecinos del lugar que, al llegar como cada año por estas fechas el estío, un joven sacado por sorteo entre los de su quinta, era soltado por las calles intramuros de la ciudad armado con puñales para defenderse de los ataques al que era sometido de por el resto de la población, ante cuyas agresiones, terminaba falleciendo. Mas, un determinado año, quiso la suerte agraciar al hijo de una acaudalada dama, quien temerosa por lo que le pudiera pasar a su único vástago, lo canjeó por un toro; iniciándose así, de esta manera, la ininterrumpida lidia de morlacos por las calles de la ciudad antigua de Coria.

Más, ante tanta elucubración, lo que si parece quedar claro es la evidencia histórica y el testimonio documental de la celebración de las tradicionales Fiestas de San Juan durante los siglos XIII al XVIII.

Fuentes documentales.

En Coria, como en otras muchas ciudades y pueblos que jalonan nuestra geografía peninsular, se siente un importante fervor por las festividades taurinas; y que en el caso particular de esta localidad, hierve, cada 23 al 29 de junio, en la celebración de sus tradicionales “Sanjuanes”: Fiesta de Interés Turístico de contrastada solera y raigambre histórica que tiene, en los toros, su mejor expresión popular.

Un espectáculo, arraigadamente nuestro, que permite dar a conocer nuestra hospitalidad, explicar nuestras reacciones y maneras de entender la lidia de los toros, hasta convertirse en las señas de identidad de un pueblo que nació en la historia hace milenios y que suspira y se desvive, año tras año, por sus taurinas fiestas.

Sin embargo, a pesar de la longeva tradición histórica que poseen los Toros de San Juan en Coria, resulta complicado y tremendamente difícil remontarse a los orígenes ancestrales de la Fiesta. La escasa y escueta documentación conservada en archivos y bibliotecas, públicos y privados, nos revelan testimonios y datos que, aunque esclarecedores sobre el tema, no aportan la suficiente luz a un bosquejo temático con muchas lagunas y sombras.

Los primeros documentos que hacen referencia sobre las celebraciones o fiestas regladas de toros en Coria se remontan a la concesión del Fuero de la Ciudad a principios del siglo XIII.

Sin embargo, la mayoría de los legajos que recogen ciertas curiosidades, renuncias, excepciones y la propia organización de las Fiestas proceden del legado Archivístico Municipal, en cuyos Libros de Actas Consistoriales de los siglos XVI al XVIII aparecen testificaciones que nos relatan testimonios sobre el número de toros que debían lidiarse; la elección de los Alfereces Mayores encargados de la organización de los festejos (derivación posterior de los actuales Abanderados de las Fiestas); del reparto de dulces, limonadas y garrochas entre la población Cauriense (ahora convertido en la tradicional entrega de perrunillas, floretas, ponche y gaspacho con que los Abanderados agasajan a vecinos y turistas); de la ubicación y lidia de los festejos (Plaza Mayor y recinto intramuros del Casco Histórico Artístico de Coria); de la responsabilidad institucional y costeo por parte del Consistorio local del establecimiento de los festejos; del aporte y compra de toros por parte de algunos gremios o arrendatarios de la ciudad, caso de los abaceros, taberneros y carniceros; de la reseña de los días festivos en los que se podían lidiar toros (vísperas de Pascua, Corpus Christi y San Juan); etc..

De igual modo, no dejan de ser curiosas las evidencias recogidas en los expedientes de las Actas Capitulares, Libros de Visitas Pastorales y Constituciones Sinodales guardados celosamente en el Archivo Capitular de la Santa Iglesia Catedral de Coria, que nos hablan de la prohibición de correr toros en la Ciudad todos los domingos y días festivos del año.

Sin embargo, fue la Casa de Alba quien tuvo una participación estelar en la celebración de los espectáculos taurinos durante los años que ostentó el título de marquesado de la Ciudad.

En los Archivos Ducales asentados en el Palacio de Liria de Madrid, se recogen importantes datos a cerca de la festividad de los Sanjuanes y de la organización de corridas y festejos taurinos por parte de los Señores Duques de Alba y Marqueses de Coria. Fiestas que, por otra parte, eran muy usuales en las villas de su propiedad como ceremonias conmemorativas tras la concesión de títulos, conquistas territoriales, visitas de los reyes y personajes ilustres, etc.

La sangre, el valor y la emoción estuvieron pues, durante la dilatada Historia de los Sanjuanes, amalgamadas en sus ritualizadas ceremonias; donde el pueblo disfrutaba correteando los toros por campos, calles y plazuelas haciendo alarde de su destreza varonil frente a las enamoradizas damas.

Pero pronto surgirán las primeras voces de protestas contra la Fiesta. Mas, ni las excomuniones de los papas, ni las reprobaciones de los teólogos y moralistas sirvieron para desarraigar la tradición, ni la afición, de los atrevidos corianos.

La Fiesta de Toros en España.

La constatable proyección que la Fiesta Nacional ha ido adquiriendo en los últimos años sobre el entorno social, el arte y la cultura de nuestro país, al igual que ha sucedido en el sur de Francia, la vecina Portugal y la mayoría de los países de habla latina, hace necesario el hecho de que busquemos e indaguemos en los orígenes y las raíces culturales más remotas de la tauromaquia.

Prehistoria.
Desde el momento en que el hombre comenzó la caza del antepasado ancestral del toro, el uro: rumiante que mostraba una tendencia innata a acometer violentamente al sentirse hostigado -reacción ofensiva propia de cualquier animal, incluido el hombre, al sentirse asediado-, asistimos a una dura pugna entre la agresividad y la excitación de los animales frente al valor y la pericia expuestas por el hombre para reducirlas; lo que atrajo aún más, si cabe, la admiración de este último por el toro como símbolo de fuerza y de poder, y de adoración como animal sagrado o totémico.

Edad Antigua.

Este curioso contraste entre bravura y ferocidad vinculó a este mítico animal con los mismos dioses y héroes de las mitologías mediterráneas: la veneración de las hazañas taurinas de Heracles (el Hércules de la mitología romana), del dios egipcio Apis, o del prudente Teseo y el sacrificio del Minotauro...

Rituales que posteriormente darían paso a la celebración de “combates de toros” entre los antiguos pueblos prerromanos de estirpe ganadera que poblaron la península y al propio espectáculo o al juego: destrezas, ambas, que exigían un valor y una habilidad técnica depurada como descubrimos en las pinturas murales que decoran el Palacio de Cnosos en Creta, donde lidiadores o acróbatas saltan sobre la testuz del burel asiéndole por los cuernos unas veces, y otras, lo derriban mancuernándolo. Espectáculos que pronto tiñeron de sangre la arena del circo romano en la celebración de las famosas venationes o luchas heroicas entre la razón y la fuerza, entre el hombre y el toro.

Mas, poco tardaría la fiesta pagana, a veces narrada a modo de leyenda, en vincularse con el fervor religioso al fusionarse con las celebraciones litúrgicas del calendario cristiano. En primavera: San José, Domingo de Resurrección o La Cruz de Mayo; en verano: San Juan, Santiago, Ntra. Sra. de Agosto y San Roque; y en otoño: San Mateo, San Miguel o El Pilar. Mientras que en otras ocasiones, el ritual taurino se rememoraba en ceremonias de tipo colectivo: inauguraciones, licenciaturas, bodas... donde lo popular se fundía con lo religioso, y lo mágico con la fiesta; como muy bien se describe, ilustrativamente, en las laureadas “Cantigas de Santa María” de Alfonso X “El Sabio” (S. XIII).

Edad Media.

Con la llegada de la Edad Media, surgió la suerte de “lancear toros a caballo”: habilidad que servía para el adiestramiento militar como medio de templar el ánimo y de adquirir la fiereza, fuerza, bravura y nobleza necesarias para el combate o la guerra. Adjetivos, todos ellos, distintivos de este bello animal. Así, serían los árabes, tras su prolongada estancia en la península Ibérica (siglos VIII-XV), a quienes les cupo esta primigenia suerte taurina facilitada por la riqueza bovina que albergaban las marismas del Guadalquivir o las vegas del Tajo.

También se celebraron fiestas con toros, dentro de este período de la Historia, en acontecimientos tan puntuales como: la conmemoración de enlaces matrimoniales entre nobles y príncipes; el recibimiento o la victoria militar de un rey; algún que otro nacimiento; ó, las renombradas “luchas de toros con alanos” y las persecuciones ecuestres y muerte de toros a lanzazos: deporte ecuestre que daría lugar, durante el reinado de los Reyes Católicos, a los famosos “alanceamientos”. Toda una suerte de festejos tauromáquicos que propiciaron, en 1495, tras la caída y conquista de Granada, la celebración de un evento taurino en la propia sede católico-romana del Vaticano como símbolo conmemorativo de tal hito histórico.

Edad Moderna.

No será hasta principios del siglo XVIII, dentro de plena época moderna, el momento en el que aparezcan los primeros lidiadores con tintes profesionales: “barilargueros” o rejoneadores a caballo que, acompañados de sus correspondientes cuadrillas, participaban en los espectáculos taurinos a cambio de una recompensa monetaria. Surgen, también, las primeras plazas y la selección de las primeras ganaderías de sangre brava que serán monopolizadas por miembros de la nobleza (Duque de Béjar, Conde de Vistahermosa, Marqués de Ulloa y Cabrera, Duque de Veragua, Marqués de Albaserrada...) y de la propia monarquía (Felipe IV, Fernando VII...).

Con todo, el toreo a caballo entraría en declive, tras largos siglos de pujanza, a partir de mediados del dieciocho; momento en el que hacen su aparición en los ruedos españoles los “estoqueadores” o matadores de toros a estoque que, paulatinamente, sustituyeron a sus predecesores en los carteles.
Habrá que esperar hasta finales del siglo XVIII, para descubrir la consolidación de la tradicional “corrida de toros” con sus distintos tercios: el “de varas” (en recuerdo del toreo a caballo), el “de banderillas” (herencia de la lidia popular a cuerpo limpio) y el “de muerte” (evocación de los antiguos “matatoros”); la configuración de las cuadrillas y de las dinastías toreras; los lances de la lidia: la “verónica”, el “natural”, el “volapié”...; así como los didácticos tratados de tauromaquia: “Pepe-Hillo”, “Pedro Romero”, “Paquiro”...; etc.

Edad Contemporánea.
Así las cosas, pocos hechos o costumbres han unido tanto al pueblo patrio como la admiración por este bello animal y la atracción, a lo largo de la Historia Nacional, de las fiestas relacionadas con los toros en forma de: encierros, capeas, sueltas, vaquillas, becerradas, novilladas, festivales, corridas a pie, de rejones, toros embolados, enmaromados, lanceados, de fuego, de escarapelas, por las calles, con forcados, garrochistas, en rodeos, montados, coleos, cómicos...

De tal manera que, según opinaba Ortega y Gasset al hablar del deber del intelectual español, éste no debía ser otro que el de “pensar en serio sobre la Fiesta” pues, “durante generaciones fue, tal vez, la cosa que ha hecho felices a un mayor número de españoles”. Así, de esta suerte, hasta ella se han acercado, para ensalzarla, hombres ilustres que cultivaron los campos de la música, la novela, el teatro, la poesía, el cine o el periodismo.

LOS SANJUANES Y SUS RITUALES.
Abanderado de las Fiestas.


A modo de ritual y, como cada año, en recuerdo de los antiguos Alfereces Mayores, es nombrado un Concejal del Ayuntamiento de la Ciudad como “Abanderado de las Fiestas”. Una responsabilidad de singular honor para aquel que la ostenta y que tiene, como cometido principal, la organización general de tan tradicional y ancestral festividad.

Todo comienza el día del “Corpus Christi”, fecha religiosa del calendario cristiano cuando, tras la solemne procesión de la Eucaristía que es portada simbólicamente por las estrechas calles del Casco Histórico, presidida y oficiada por el Ilmo. Sr. Obispo de la Diócesis Cauriense, son presentados, desde el balcón del Excmo. Ayuntamiento de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Coria, el Abanderado, Reinas y Damas de Honor de las Fiestas de San Juan.

“Perunillas”, “floretas”, “gazpacho” y el tradicional “ponche” se convierten, este día, en los ágapes con los que el recién proclamado abanderado agasaja a sus conciudadanos y visitantes, como ya vino siendo tradición desde antaño, en acto de agradecimiento por su asistencia a su oficial nombramiento.

Reinas y Damas de las Fiestas.

La belleza y la juventud son sinónimos que se unen para dar más vistosidad y alegría a nuestras Fiestas de San Juan. La elección de las mujeres que representarán la juventud y la infancia femenina de Coria durante el desarrollo de la festividad tiene lugar durante los meses de primavera en una acto organizado por la veterana Peña de la Juventud Cauriense. Una ceremonia carga de emotividad para las todavía aspirantes que ese día lucirán sus mejores galas en una inolvidable experiencia que a buen seguro no olvidarán en el resto de sus vidas.

Un reinado que comienza el día del nombramiento oficial coincidente con el pregón de las Fiestas y que tiene, como mayor representatividad, el presidir y acompañar todas las tardes de toros a los distintos abanderados de las tradicionales peñas de San Juan en el camino que les conduce a la plaza a la vez que son amenizados por los melodiosos sones que les ofrece el popular tamborilero del pueblo.


Vaca de la Rana.

Suenan las sempiternas tijeras de la cigarra cantora y el monoritmo jovial del escondido grillo en las primeras horas de la sobremesa cauriense, mientras el sol de estío camina en su lenta y silenciosa emanación de fuego sobre los bulliciosos e inquietos corianos que, como cada 23 de junio, a eso de la una y media de la tarde, se dan cita en torno a la hostelera Plaza del Rollo y calles colindantes del recorrido del encierro para comenzar las Fiestas saboreando y saciando su sed a base de típicos vinos y refrescantes cervezas espumosas; a la vez que los más atrevidos, llenos de excitación y nerviosismo, hacen alarde de su valentía citando, corriendo y cortando la suelta de la tradicional “vaquilla de la rana”. La despreocupación y la alegría serán las notas predominantes en este largo día víspera a la festividad del santo patrono.

Es el inicio de los “Sanjuanes”. Celebración que se prolongará durante el espacio de una semana (del 23 al 29 de junio), y donde las sensaciones y los encuentros con familiares y amigos que aprovechan estas fechas para volver a su tierra y rememorar viejos recuerdos, se convierten en algo muy cotidiano y digno de resaltar.

Encierro de Capeones.

La tarde, amplia y clara de un azul cielo intenso, avanza; camina ya el sol de estío tras los volumétricos lienzos de sillares que configuran la granítica muralla romana de época bajo imperial. Son las ocho de la tarde, momento en el que la masa festiva busca acomodo en el vallado, en rejas y balcones los más precavidos, mientras que el resto de pie, en el centro de la calle, aguarda paciente y con renovadas ilusiones la suelta del encierro de “capeones”.

Zapatillas, pantalones y camisetas blancas adornadas con fajines y pañuelos rojos pueblan las aceras y asfaltos de los tramos de calles que configuran el trazado del trayecto del “encierro”. La manada de mansos, tras su salida desde los corrales, irrumpe la avenida abajo. La adrenalina sube y los corredores arropan, en sus agolpadas carreras, al grupo de bueyes que con sonoridad tímbrica de campanillos avanzan raudos atravesando las angostas calles del Casco Histórico de Coria para descansar, durante algunos instantes, en la corraleta del toril ubicado en la Plaza Mayor; espacio urbano que durante esta fechas y, como ocurriera desde tiempos pretéritos, se transforma en coso con tendidos y jaulas modernas de barrotes metálicos que ofrecen defensa a los corredores y citadores en la lidia al estilo tradicional de los toros.

Poco después, los capeones serán nuevamente devueltos a su primitiva estancia retomando el trazado anteriormente andado. Un itinerario que deberán recordar durante cinco noches consecutivas, ya que tendrán que acompañar y conducir a los toros que se lidien cada noche.

Procesión del Santo.

La tarde prosigue su lento y silencioso decaimiento. Hacia el ocaso radiante camina, entre brumosas nubes de fuego, el astro sol. Y, tras las murallas viejas, después que los abanderados y “asombrerados” hayan impuesto al Santo las distintivas insignias de las pioneras peñas a las que representan: “Junta de Defensa del Toro de San Juan”, “Juventud Cauriense”, “El 27”..., la fiesta retoma su aspecto religioso.

Desde la vetusta Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol son sacadas, en solemne procesión, las andas con la efigie de “San Juan Bautista” por una concurrencia devota que recorre, con cantos populares, las principales calles del casco antiguo de Coria. Vecinos y visitantes que se encomiendan al capotillo salvador del patrono para que les proteja o salvaguarde a los suyos de las posibles embestidas de los toros.

Peñas tradicionales.


Concebidas como lugar de reunión, encuentro, y diversión de amigos, familiares y visitantes, las peñas ponen la nota de color diferenciador durante el desarrollo de las Fiestas llenando de cromatismo las calles del recinto intramuros.

Una tradición que sigue vigente en Coria y que cada año agrupa a un mayor número de socios y peñas, donde propios y ajenos disfrutan de los tradicionales ágapes típicos elaborados para estas fechas: ponche, gazpachos, caldos, perrunillas, coquillos, quesos y todo tipo de embutidos representativos de la gastronomía extremeña, que son ofrecidos amablemente en los recintos abiertos, en su mayoría, dentro del Casco Histórico de Coria; recinto en el que tiene lugar la lidia de los toros.

Muchas han sido las peñas que, a lo largo de la Historia de los Sanjuanes, han visto la luz rememorando viejas costumbres, mientras que otras han desaparecido quedando sumidas en el olvido: “Los Vikingos”, “Los Simios”, El Zoo”, “Viva La Gente”, “Mitología”,"R.I.P." “El Volante”...

Sin embargo, tres son las peñas más emblemáticas de cuantas configuran el panorama festivo de los Sanjuanes; las cuáles, han recogido el testigo del trabajo responsable llevado con ilusión y tesón para engrandecer las Fiestas de San Juan y velar por los valores tradicionales de la celebración buscando, por encima de todo, la integridad pura del toro.


“La Junta de Defensa del Toro de San Juan”, peña decana, pilar y referencia del resto de peñas fundada en 1915 que tiene, como objetivo básico, asegurar y defender la integridad del toro como se desprende del acta de reconstitución de la misma firmada el 15 de junio de 1959 tras el obligado paréntesis desarrollado durante el período comprendido entre 1937-1943: “Propagar, impulsar y realzar las fiestas en honor del bendito San Juan Bautista, imprimiendo en todos los actos a celebrar, las notas de tipismo y tradición, según los usos y costumbres que siempre se practicaron en Coria y que por su originalidad se han distinguido de otras similares en los pueblos de España”.

Actualmente, la Junta de Defensa lidia en Coria dos toros que son corridos el día 25 de junio: uno en horario vespertino y otro en horario de tarde.


La Peña de “La Juventud Cauriense”, surge en 1964 como consecuencia de la emancipación de los jóvenes caurienses en un intento de hacerse sentir dentro de la Fiesta.


Esta multitudinaria agrupación asegura todos los años un burel que es corrido la tarde del 26 de junio, día de la peña; a la vez que organiza un encierro infantil matinal para regusto de los más jóvenes: sabia viva que se sigue manteniendo, generación tras generación, en Coria.

La Peña “El 27”, fue fundada en 1968 por un determinado número de jóvenes descontentos con el discurrir de las Fiestas; lo que significó, para la misma, la ampliación en un día más el disfrute de todos los corianos dentro del panorama festivo de los Sanjuanes.

La peña contaría además, desde sus orígenes, con unos estatutos en los que se hacía referencia de obligado cumplimiento a que ningún cargo político debía de ocupar la dirección de “asombrerao” como responsable en la organización de la asociación.

Año tras año, esta singular peña venía comprando, como símbolo distintivo de la misma, un toro de enormes hechuras, sin importar su procedencia y encaste, que era lidiado la tarde del 27 de junio; mas, desde hace un tiempo a esta parte, los “asombreraos” ponen un especial cuidado en la elección del morlaco que sigue corriéndose tal día.

Finalmente, otras son las peñas que van haciéndose hueco entre la tradición como se corresponde con las Peñas de “La Vaca de la Rana” y de “La Geta”. La primera, regala la suelta de una vaquilla en el recorrido del encierro el día 23 de junio preludiando el inicio de las Fiestas; y la segunda, irrumpe este año 2003 en el calendario taurino, con la donación de un toro que será corrido al modo tradicional la tarde del 29 de junio.

Sin embargo, arropando a estas antiguas e ilustres peñas, cada año son más las altas que se van operando en el número de las mismas, llegando a sobrepasar con mucho la centena de peñas que se agrupan en torno a nombres tan veteranos unos, como noveles otros: “La Reserva”, “El 13”, “La Charanga”, “El Capote”, “Los Toreros Muertos”, “El Teto”, “¡P´Habernos Matao!”, “¡Qué vaca ni que vaca!”...

Quema del Capazo.

La tarde ha caído sobre los caserones de las estrechas calles. Los últimos atisbos de luz relucen en los vidrios de las ventanas con ecos mortecinos. El júbilo y la diversión se derraman sobre la arena mojada de la plaza de toros. Dan las diez, y con la hora, la fiesta rememora los ancestrales ritos. Es la quema del tradicional “capazo”, momento en el que la magia y el mito se conjugan con el sacrificio y el fuego a la entrada del solsticio de verano en tan mágica noche del calendario lunar.


Noche de San Juan.

“Noche de San Juan”, santa mano que con tu soplo el fuego del hogar avivas dando lumbre de sazón al rubio grano de la espiga y cuajando el hueso tierno de la verde oliva. Fuego que también enciendes en las entrañas de los jóvenes enamorados que, al arrullo de la alondra, buscan la soledad del cárdeno y oscuro cielo plagado de chisporreteantes estrellas resplandecientes que observan, atentas, los besos y las caricias de los amantes que hechizados por la diosa Afrodita, abrazados en ardiente deseo, se “hacen nadie” sobre el lecho verde que la ribera del Alagón les ha ofrecido. Y es que como dijo el juglar por estas tierras: “Quien en San Juan sanjuanea... en marzo, mecea”.

La luna está subiendo amoratada, jadeante y llena; buscando y cubriendo con su tono blanquecino los plomizos caseríos de la Ciudad que, bulliciosa, continúa la fiesta hasta altas horas de la madrugada.

Las calles se han inundado de alboroto, de júbilo y de diversión. El atuendo cromático de las peñas ponen la nota de color entre los mozos y mozas en tan festiva y mágica noche que no conoce edades, ni sexo, ni razas, pues, tan sólo sabe que, como cada 24 de junio, tiene una cita ancestral e ineludible con el pueblo de Coria.

Encierro del Toro.


El reloj de la villa marca las tres y media de la madrugada. Un estruendoso chupinazo en forma de luminosa estrella fugaz hace vibrar al público que, expectante, se agolpa para presenciar el primer encierro de las Fiestas.

Los movimientos inquietos y agitados comienzan a aflorar entre la concurrencia, al mismo tiempo que todas las miradas se dirigen hacia un mismo punto, pues, a lo lejos, como un zigzagueante rayo zaino que todo lo barre a su paso, aparece, en veloz carrera acompañado de sus mansos, un toro de cara seria y mirada fija e intensa que embiste, con sus astifinas defensas, a los ágiles cites de los atrevidos corredores que pueblan la calle.

Delante y detrás; caídas, pisotones y algún que otro susto son los riesgos que hay que asumir si se quiere saborear, de verdad, tan valerosa como temeraria experiencia. Una tradición que se mantiene viva en Coria, generación tras generación, en una sucesión sin fin.

Lidia del Toro.

En la Plaza.


El toro ya reposa en el toril después de tan estresante recorrido, mientras que los mansos son devueltos en el “desencierro” hacia sus corrales de origen. Una, dos y tres espaciosas campanadas anuncian con su peculiar sonido, en intervalos de tiempo, la salida inminente del burel a la plaza. Son las cuatro en punto, la puerta del toril se ha abierto y, a ambos lados, dos o tres decididos mozos pecho con pared, arriesgando su vida, estáticos y con la mano en alto portando una engalanada divisa que prender en el morrillo del toro, rememoran las hileras de hombres que, para tal acto, se disponían a lo largo de ese portón oscuro taurinamente conocido como “de los sustos”.

El astado salta a la arena codicioso, violento, barriendo los barrotes de las jaulas al paso de sus buidos pitones ante la expectación murmurante de los tendidos. Sólo algunas vueltas avantas han valido para que el ejemplar termine emplazándose con gesto engallado, embistiendo en alguna que otra oleada o arreón en aquellos cites y recortes dibujados por los avezados mozos que radican en la arena y, en alguna que otra tanda de muletazos de alivio robados por los cada vez menos numerosos maletillas. En alguna ocasión, se han tenido que apagar fugazmente las luces del ágora temiéndose un desenlace fatal mas, el cornúpeta se desorienta y la situación de peligro se salda con un tremendo susto para el cuerpo del mortal que esta vez expuso demasiado.


Al repicar la segunda campanada, los tendidos se despueblan en un constante peregrinar de espectadores que rápidamente abandonan la plaza para buscar otro refugio seguro, a intramuros, antes de que el toro sea soltado por las calles del Casco Histórico de Coria. Ya en la calle, algunas asustadizas mujeres tiran de la mano de sus hijos o corren, como hojas que lleva el viento, ante las bromas de los guasones mientras que éstas se aprestan para guarecerse en casas y peñas balconadas, subirse en las numerosas y vigorosas rejas que embellecen las fachadas, ó, en los tendidos y talanqueras acondicionados, para tal efecto, en las plazas y plazuelas del recinto amurallado.



Por las Calles.

Con el sonido de la tercera campanada, mágico son que en Coria durante el desarrollo de la lidia de los toros anuncia la apertura de puertas, se abren las cuatro “portonas” que cierran la plaza: “de Santiago”, “del Esprés”, “de Alonso Díaz” y “de las Monjas” en el momento que el reloj del antiguo Consistorio marca las cuatro y media. Y con élla, asistimos al momento estelar de la Fiesta; al orgullo del pueblo de Coria; a disfrutar de los toros que libremente y, sin imposición alguna, corretean por las angulosas y estrechas calles del vetusto recinto intramuros que, para tal fin, ha sido cerrado a cal y canto por medio de las sempiternas y simbólicas “portonas” de madera: “de San Pedro”, “de la Cava”, “de las Cuatro Calles” y “del Carmen” que, durante aquellos tiempos bélicos de la historia cauriense, sirvieron para cegar las puertas de acceso obradas en la robusta Muralla de estirpe romana; sin duda, una de las mejor conservadas, en su conjunto, de todas las halladas en el resto de Europa.


Un ligero cosquilleo os hormigueará en el interior de vuestros vientres, sabedores de que el morlaco puede presentarse en vuestro camino en cualquier instante. Ahora el riesgo de la fiesta ancestral acecha; fuego y sabia nueva que siguen palpitando en los corazones de los arriesgados Caurienses que, con pasión y ardor, se exponen, expectantes, ante ese silencioso latido del toro que desafiante prepara su violento ataque hacia la nutrida multitud que se agolpa a su alrededor con la intención de sortearle o acompañarle en la carrera que éste va describiendo por el recorrido a su expreso deseo.

La suelta del toro se prolonga hasta los primeros albores del alba. Acompañado por la máximas Autoridades de la Ciudad, un diestro y avezado “matador”, que en el caso particular de Coria porta escopeta en mano, se apresta, adentrándose entre la muchedumbre para, a una corta distancia y cara a cara con el cornúpeta, abatirlo de un certero disparo en plena testuz. Suerte fulminante ésta que pone fin, dos horas después, con tan atávica lidia.

Calendario Taurino.


Más, no tendrán que esperar mucho los apasionados vecinos y turistas que visitan durante estos días la Ciudad, para deleitarse y disfrutar con la lidia de nuevos toros pues, en Coria, se sueltan bellos y grandes ejemplares de acreditadas y prestigiosas ganaderías de la cabaña brava española (Victorino y Adolfo Martín, Sepúlveda, Cobaleda, Peñajara, El Torreón, Galache, Valverde, Monteviejo...), en horario de mañana (12:30 h.), de tarde (20:00 h.) y de madrugada (3:30 h.).

Como puede comprobarse, todo un apretado calendario taurino que se prolonga durante siete continuados días, con sus tardes y sus correspondientes noches, entre la cordialidad y la alegría de un pueblo, el Cauriense, que abre sus brazos en estos entrañables días de sentimiento y fiesta, envolviendo a los visitantes que a sus puertas llegan hasta convertirlos en uno más; porque como siempre se ha dicho por esta tierras: - ¡Quien viene y vive San Juan... vuelve nuevamente para poder reeditar las experiencias vividas!.


Fin de Fiestas.

Siete intensos días llenos de emoción y de fiesta que ven poner su epílogo con la espectacular quema de fuegos artificiales que iluminan, con estruendo, el abierto cielo de la noche cauriense sobre las remansadas aguas del río Alagón que plácidamente fluyen corriente abajo buscando su descanso. Un sosiego que buscará también la Ciudad quedando dormida, sumida en un profundo letargo durante doce largos meses permaneciendo únicamente el recuerdo de los lances y las anécdotas vividas, en los comentarios de quienes vivieron la fiesta de cerca, en las cámaras y vídeos de aficionados y profesionales, y en los imborrables sueños de aquellos que evocan las sombras sobre las que ven recortarse la silueta del toro correteando por las penumbrosas y estrechas calles del Casco Histórico de Coria que quedaron amalgamadas, para siempre, en sus sobrecogidas retinas de mirada aventurera.

Y para aquellos lectores que quieran visitarnos a la entrada del solsticio de verano y disfrutar con nosotros de nuestras incomparables FIESTAS DE SAN JUAN, que la luna de Coria os colme de alegría, de luz y de riquezas en esa noche mágica de mitos, amores, tradición y leyendas.